El divorcio
Mt 19:1-9
1Salió Jesús de Cafarnaum y se dirigió a la región de Judea y a la que está al oriente del Jordán. La gente acudió a verle, y él se puso de nuevo a enseñarles; 2pero varios fariseos se acercaron a él, y para tenderle una trampa le preguntaron:
—¿Te parece lícito que el marido repudie a su esposa? 3Jesús les preguntó a su vez:
—¿Qué dispuso Moisés a ese respecto?
Le respondieron:
4—Moisés permitió el repudio, con la condición de que el marido otorgue a la esposa la correspondiente carta de repudio.
5Jesús les replicó:
—Pues escuchad: Moisés permitió el repudio a causa de la dureza de vuestro corazón. 6Pero al principio creó Dios al hombre y a la mujer, 7y por esa razón, el hombre debe dejar a su padre y a su madre para unirse a su esposa; 8y en su unión dejan de ser dos, para ser ambos como uno solo. Así pues, ya no son dos, sino tan sólo uno. 9Por tanto, lo que Dios unió no debe separarlo el hombre.
10Cuando regresó con sus discípulos a la casa, volvieron a referirse al mismo asunto. 11Y él les dijo:
—Si un hombre repudia a su esposa y se casa con otra, adultera con ella. 12De igual manera, si la esposa repudia a su marido y se vuelve a casar, también comete adulterio.
Jesús y los niños
Mt 19:13-15; Lc 18:15-17
13En cierta ocasión, la gente presentaba niños a Jesús para que los bendijese poniendo las manos sobre ellos; pero los discípulos reñían a quienes los presentaban. 14Jesús, al darse cuenta, se indignó con los discípulos y les dijo:
—Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis, porque de ellos es el reino de Dios. 15Y os diré más: Quien no acepte el reino de Dios como un niño, no podrá entrar en él.
16En seguida, tomando en brazos a los niños y poniendo las manos sobre ellos, los bendijo.
El joven rico
Mt 19:16-30; Lc 18:18-30
17Iba ya a seguir su camino, cuando un hombre llegó corriendo hasta él, se arrodilló a sus pies y le preguntó:
—Buen Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?
18Jesús le dijo:
—¿Por qué me llamas bueno? ¡Nadie es bueno, sino solamente Dios! 19Y tú ya sabes los mandamientos:
“No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falsos testimonios, no estafes, honra a tu padre y a tu madre”.
20El hombre contestó:
—Maestro, desde muy joven he guardado esos mandamientos. “ 21Jesús, mirándolo entonces con profundo afecto, le dijo:
—Siendo así, tan sólo te falta una cosa: ve, vende todo lo que tienes y reparte el dinero a los pobres. Así tendrás un tesoro en el cielo. Luego vuelve acá y sígueme.
22Estas palabras le afligieron sobremanera, y se fue muy triste porque poseía una gran fortuna. 23Jesús miró en torno suyo y dijo a sus discípulos:
—¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!
24Los discípulos se quedaron atónitos al oir estas palabras, a las que Jesús añadió:
—Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a quienes confían en sus propias riquezas! 25Más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de Dios.
26Todavía más confundidos, los discípulos se preguntaban entre sí:
—Entonces, ¿quién podrá salvarse?
27Jesús los miró y respondió:
—Para los hombres, eso es imposible; pero no para Dios, porque para Dios todas las cosas son posibles.
28Después Pedro le dijo:
—Mira, nosotros lo hemos dejado todo por seguirte.
29Jesús le contestó:
—Pues yo os aseguro que todo aquel que haya dejado casa, hermanos, hermanas, padre, madre, esposa, hijos o tierras por mi causa y por causa del evangelio, 30recibirá ya ahora, en este mundo, cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras; aunque, eso sí, acompañado de persecuciones. Luego, en el mundo venidero, recibirá la vida eterna. 31Pero oíd esto: muchos que ahora son primeros, entonces serán últimos; y muchos que ahora son últimos, entonces serán primeros.g
Jesús predice de nuevo “su muerte
Mt 20:17-19; Lc 18:31-33
32Se dirigían ya a Jerusalén, y Jesús marchaba en cabeza seguido por los discípulos, que se sentían atemorizados. Una vez más llamó a los doce aparte, y les habló de lo que había de sucederle en Jerusalén.
33—Cuando lleguemos a Jerusalén, el Hijo del hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas. Estos le condenarán a muerte y lo pondrán en manos de autoridades gentiles, 34que harán burla de él, le azotarán, le escupirán y le matarán. Pero al tercer día resucitará.
La petición de Jacobo y Juan
Mt 20:20-28
35Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se acercaron a él y le dijeron:
—Maestro, queremos pedirte una cosa.
36Jesús les preguntó:
—¿Qué queréis que haga por vosotros?
Le contestaron:
37—Concédenos que en tu reino glorioso nos sentemos junto a ti, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.
38Entonces Jesús los amonestó:
—¡No sabéis lo que pedís! ¿Acaso podéis beber la copa amarga que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo de sufrimiento con que yo voy a ser bautizado?
39Dijeron:
—¡Claro que podemos!
Jesús les respondió:
—Pues bien, escuchad, vosotros beberéis la copa amarga que yo voy a beber, y seréis bautizados con el bautismo de sufrimiento con que yo voy a ser bautizado; 40pero el que os sentéis a mi derecha y a mi izquierda no es a mí a quien corresponde concederlo. Quiénes son los que han de sentarse junto a mí, es algo que ya está preparado.
41Cuando los otros diez discípulos oyeron lo que Jacobo y Juan habían pedido, se enojaron con ellos. 42Pero Jesús los llamó a todos y les dijo:
—Ya sabéis que los gobernantes y los grandes de las naciones se enseñorean y ejercen su poder sobre la gente que gobiernan. “ 43Pero entre vosotros no debe ser así, sino que el que quiera hacerse importante deberá servir a los demás; 44y el que entre vosotros quiera ser el primero, deberá ser servidor de todos. 45Porque ni siquiera el Hijo del hombre vino para ser servido, sino para servir y dar mi vida en rescate de muchos.
El ciego Bartimeo recibe“ la vista
Mt 20:29-34; Lc 18:35-43
46Estuvieron después en Jericó. Luego, al salir de allí él y sus discípulos seguidos de una gran multitud, encontraron sentado junto al camino, pidiendo limosna, a Bartimeo, hijo de Timeo, un mendigo ciego que, 47oyendo acercarse a Jesús de Nazaret, se puso a gritar:
—¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! 48Muchos le decían que se callase; pero él, sin hacerles caso, siguió gritando cada vez con más fuerza:
—¡Hijo de David, ten misericordia de mí!
49Jesús oyó sus voces, se detuvo y mandó llamarle. Alguien le dijo al ciego:
—¡Ánimo, levántate! ¡El Maestro te llama!
50En seguida el mendigo se quitó la capa, la arrojó a un lado y se fue hacia Jesús, 51que le preguntó:
—¿Qué quieres que te haga?
Le contestó el ciego:
—Maestro, ¡que recobre la vista!
52Jesús le dijo:
—Vete ya. Tu fe te ha salvado.
En aquel mismo instante recobró la vista, y echó a andar siguiendo a Jesús a lo largo del camino.
La entrada triunfal
Mt 21:1-9; Lc 19:29-38
Jn 12:12-15