1Ahora, hermanos, ¡basta ya de permanecer siempre en las enseñanzas más elementales de la fe cristiana! Sigamos adelante y tratemos de alcanzar la madurez de nuestro conocimiento. No volvamos a echar de nuevo los cimientos de temas tales como el arrepentimiento de obras que llevan a la muerte, la fe en Dios, 2la instrucción sobre el bautismo, la imposición de manos, la resurrección de los muertos y el juicio eterno. 3Esto haremos, si Dios lo permite. 4Es inútil empeñarse en atraer de nuevo para el Señor a quienes, habiendo sido una vez iluminados por la luz del evangelio y gustado del don celestial de la salvación, y habiendo participado del Espíritu Santo 5y saboreado la palabra de Dios y los grandes poderes del mundo venidero, 6cayeron otra vez en la impiedad. Es imposible llevar de nuevo al arrepentimiento a esos que han vuelto a crucificar para sí mismos al Hijo de Dios, rechazándolo y exponiéndolo a la burla y la afrenta pública. 7Mirad, la tierra que recibe lluvia abundante y da una buena cosecha a quienes la trabajan, es una tierra bendecida por Dios; 8pero si es una tierra mala que solo produce espinos y cardos, no sirve para nada y acabará por ser quemada.
9Ahora bien, amados míos, aunque os he hablado en estos términos, estoy convencido de que a vosotros se os ha de aplicar lo mejor, lo que hemos dicho acerca de la salvación. 10Dios, que es justo, ¿cómo podría olvidarse de vuestra obra? ¿Cómo podría olvidarse del amor que habéis demostrado a su nombre, al poneros antes y seguir poniéndoos ahora al servicio de los demás hermanos en la fe? 11Lo que de veras anhelamos es que todos y cada uno de vosotros mantengáis durante toda vuestra vida la misma solicitud que hasta ahora habéis manifestado, y que obtengáis la recompensa esperada. 12Así pues, no dejéis que la pereza os domine, sino seguid diligentemente el ejemplo de aquellos que por su fe y su paciencia son herederos de las promesas de Dios.
La certeza de la “promesa de Dios
13Mirad lo que ocurrió en el caso de Abraham: Cuando Dios le hizo la promesa, como no había ningún nombre mayor que el suyo por el cual jurar, juró por sí mismo 14que bendeciría mucho a Abraham y multiplicaría en gran manera su descendencia. 15Abraham esperó con paciencia, hasta que llegó el momento en que Dios cumplió lo que le había prometido. 16Sucede además que, cuando un hombre jura, apela a alguien superior a sí mismo con objeto de confirmar el juramento, el cual pone punto final a cualquier posible controversia. 17Pues bien, Dios quiso sujetarse a un juramento, para que los herederos de la promesa estuvieran totalmente seguros de que sería cumplida y de que nunca serían alterados los planes que tenía para ellos. 18De este modo, mediando el juramento, Dios nos garantiza doblemente su promesa, pues en ambas cosas es imposible que Dios mienta; y los que acudimos a él en busca de salvación, gozamos de un verdadero consuelo asiéndonos con toda seguridad a la esperanza puesta delante de nosotros. 19Esta esperanza cierta de salvación es para nuestra vida como un ancla segura y firme, que traspasa el velo y penetra hasta el interior, “ 20allí donde Jesús entró como precursor nuestro, constituido sumo sacerdote perpetuo según el rango de Melquisedec.