Conversión de Saulo
Hch 23:3-16; 26:9-18
1Saulo, respirando todavía amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, fue a ver al sumo sacerdote 2y le pidió cartas de presentación dirigidas a las diversas sinagogas de Damasco; porque precisaba de la cooperación de las mismas para proceder contra todos los que, hombres o mujeres, se manifestasen seguidores de Cristo, y para conducirlos presos a Jerusalén.
3Pero sucedió que, mientras iba de camino, estando ya muy cerca de Damasco, le rodeó de pronto una deslumbradora luz celestial. “ 4Cayó a tierra, y oyó una voz que le decía:
—¡Saulo, Saulo!, ¿por qué me persigues?
Él preguntó:
5—¿Quién eres, Señor?
La voz le contestó:
—Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Dura cosa te es dar coces contra la aguijada.
6Temblando de espanto, preguntó de nuevo Saulo:
—Señor, ¿qué quieres que haga? —y el Señor le dijo:
—Levántate, entra en la ciudad y allí se te dirá lo que debes hacer.
7Los hombres que acompañaban a Saulo se detuvieron mudos de asombro, porque ellos oían la voz que hablaba, pero no veían a nadie.
8Saulo se levantó del suelo y abrió los ojos, pero no podía ver porque se había quedado ciego; “ 9de modo que tuvieron que llevarle de la mano hasta Damasco, donde durante tres días siguió ciego y no tomó alimentos ni agua.
10Residía por aquel tiempo en Damasco un creyente llamado Ananías, a quien el Señor habló mediante una visión, diciéndole:
—¡Ananías!
—Aquí estoy, Señor —respondió.
11El Señor siguió:
—Levántate y ve a la calle Derecha. Busca la casa de un hombre llamado Judas y pregunta allí por Saulo, de Tarso. Lo encontrarás orando, porque 12yo le he hecho saber por medio de una visión que un tal Ananías entra en la casa y pone las manos sobre él para que recupere la vista.
13—Pero, Señor —exclamó Ananías—, he oído hablar a muchos de las atrocidades que ese hombre ha cometido en Jerusalén contra tu pueblo santo. 14Y sabemos que trae la autoridad delegada de los principales sacerdotes para arrestar, también aquí, en Damasco, a todos los que invocan tu nombre.
15Le respondió el Señor:
—Ve y haz lo que te digo, porque yo he escogido a este hombre como instrumento apto para dar a conocer mi mensaje en medio de las naciones gentiles, en presencia de reyes y ante el propio pueblo de Israel. 16Y yo le mostraré lo mucho que ha de padecer por mi causa.
17Fue entonces Ananías y entró en la casa donde estaba Saulo, puso las manos sobre él y le dijo:
—Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció cuando venías de camino, me ha enviado para devolverte la vista y para que recibas el Espíritu Santo.
18Al instante le cayeron de los ojos como unas escamas, y recobró la vista. En seguida fue bautizado, 19y después comió y recuperó las fuerzas que había perdido. Durante algunos días permaneció Saulo entre los creyentes de Damasco, _ 20y comenzó a predicar en las sinagogas, afirmando abiertamente que Cristo era el Hijo de Dios.
Saulo en Damasco y “en Jerusalén
21Los que escuchaban a Saulo estaban atónitos y se preguntaban:
—¿Pues no es éste el mismo que en Jerusalén perseguía con tanto ensañamiento a los que invocan el nombre de Jesús? Por lo que nosotros sabemos, vino a llevarse presos y a presentar ante los principales sacerdotes a los que aquí también lo invocan.
22Saulo, por su parte, se esforzaba cada día más en la predicación, y dejaba confusos a los judíos de Damasco, que no lograban refutar los argumentos con que él probaba que Jesús era el Cristo. “ 23Pasaron muchos días, pero finalmente los judíos se reunieron en consejo y resolvieron matarlo, 24resolución que llegó a oídos de Saulo. Y como ellos vigilaban día y noche las puertas de Damasco para impedir que escapase, 25entre varios discípulos lo llevaron de noche a la muralla de la ciudad, y en una canasta sujeta con cuerdas lo descolgaron por el lado exterior de la misma.
26Al llegar a Jerusalén, Saulo trató de encontrarse con los discípulos; pero estos se resistían, porque temían ser víctimas de alguna trampa que se les hubiera tendido. 27Bernabé entonces le condujo adonde estaban los apóstoles y le presentó a ellos. Luego les contó que Saulo, yendo de camino hacia Damasco, había visto al Señor; que el Señor le había hablado, y que Saulo, lleno de valor, había predicado en Damasco en el nombre de Jesús. 28Los creyentes de Jerusalén aceptaron entonces a Saulo, que desde ese mismo momento anduvo continuamente con ellos, 29hablando en público y con gran denuedo en el nombre del Señor. Pero al cabo de poco tiempo, algunos judíos de habla griega con los cuales Saulo había discutido, se pusieron también de acuerdo para acabar con él. 30Por eso, cuando los demás hermanos supieron del peligro que corría, lo llevaron a Cesarea, y de allí lo enviaron a Tarso, su ciudad natal.
31Por aquel tiempo, las iglesias de Judea, Galilea y Samaria tenían paz, eran edificadas en el temor reverencial con que se conducían delante del Señor, y crecían en número fortalecidas por la acción del Espíritu Santo.
Eneas y Dorcas
32Pedro viajaba de un lugar a otro con objeto de visitar a los hermanos. En uno de sus viajes, cuando visitaba a los creyentes que vivían en Lida, 33conoció a un paralítico, un hombre llamado Eneas, que desde hacía ocho años estaba en cama, sin poder moverse. 34Pedro le dijo:
—Eneas, Jesucristo te sana. Levántate y arregla tu cama.
Al momento se levantó el paralítico, totalmente sano. 35Al verle caminar, todos los que vivían en Lida y en Sarón se convirtieron al Señor.
36También ocurrió que en la ciudad de Jope vivía una mujer llamada Tabita (que significa “gacela”), una creyente que siempre estaba entregada a favorecer con su trabajo y su dinero a otros, especialmente a los más necesitados. 37Precisamente por aquellos días, Tabita cayó enferma y murió. Después de haber lavado el cadáver, los hermanos la amortajaron y la pusieron en una sala de la casa. 38Pero estos no tardaron en enterarse de que Pedro se encontraba en Lida, y como esta era una población próxima a Jope, enviaron a dos hombres a rogarle a Pedro que viniera con ellos lo antes posible.
39Así lo hizo Pedro, y en cuanto llegó a Jope lo llevaron a donde reposaba el cuerpo de Tabita. La habitación estaba lleno de viudas, que rodearon a Pedro y llorando comenzaron a mostrarle las túnicas y vestidos que Tabita hacía mientras estaba con ellas.
40Pedro ordenó a todos que salieran de la habitación, y se arrodilló para orar. Luego se volvió al cadáver y le ordenó:
—¡Tabita, levántate!
Tabita abrió los ojos, vio a Pedro y al punto se incorporó. 41Él le dio la mano y la ayudó a levantarse y ponerse en pie. Después llamó a los creyentes y a las viudas, y se la presentó viva. 42La noticia de lo ocurrido se extendió rápidamente por toda Jope, y muchos creyeron en el Señor.
43Pedro se quedó allí bastantes días, alojado en la casa de un curtidor llamado Simón.